A meus parentes e amigos

A mis familiares y amigos
Se me ha ocurrido empezar un blog personal para ir publicando mis nuevas crónicas que vendrían a ser como una segunda edición de mi libro “80 Chispazos”.

Espero que os gusten, pues están todas “inspiradas” en experiencias de mi vida diaria. .

quarta-feira, 6 de junho de 2012

La calle de mi infancia


En ciertos momentos en que siento nostalgia del pasado, mi pensamiento vuela hacia los años de mi infancia vividos  en el barrio barcelonés de Sarriá.
Hasta la edad de seis años, sólo recuerdo los sustos de la guerra, los bombardeos, la amenaza de muerte hecha a mi hermano Cristóbal por ser seminarista. Tuvimos que huir para un barrio distante del centro de Barcelona, para protegerlo de los comunistas que dominaban la ciudad y que declaraban guerra cerrada a cualquier persona que fuera religiosa.
Cuando terminó la guerra, el escenario cambió por completo. Los ruidos de las bombas cesaron y nuestra vida familiar empezó una nueva etapa más tranquila, aunque continuaron las privaciones y el racionamiento de la comida, a la que teníamos acceso mediante vales especiales.
Diariamente yo pasaba por la calle Pomaret, a veces en compañía de mi primo Leandro con quien iba a camino de la escuela o con mi madre para hacer las compras en el mercado.
Esa calle ejercía en mí un atractivo especial. Caminaba siempre por la acera de la izquierda donde quedaba el colmado donde yo iba, muchas veces solo, para comprar garbanzos, leche, pan…
 Como esa tienda quedaba casi al final de la calle, yo me entretenía contemplando los jardines de las casas. ¿Quién viviría en cada una de ellas? En una, escuchaba la melodía de un piano tocado por alguien que estaba aprendiendo las escalas musicales; en otra, veía una mecedora vacía e intentaba imaginarme a aquel viejito que se mecía suavemente mientras leía el periódico del día; en otra de las casas, un  jardinero, con unas enormes tijeras, iba podando los arbustos que adornaban la entrada. Más adelante, me asustaba los ladridos de un perro que no dejaba que nadie pasara enfrente de la casa de su dueño. Pasado un tiempo, dicho animal ya me conocía y meneaba el rabo esperando que yo lo acariciara.
Llegaba por fin al colmado y don Antonio me preguntaba qué quería comprar.
No fueron raras las ocasiones en que yo simplemente me olvidaba de lo que mi madre me había pedido para comprar, después de tantas distracciones que yo había tenido en el camino…
Ahora todo ha cambiado. El colmado ha desaparecido y  las viejas casas han cedido el lugar para torres requintadas.  En fin, es una calle diferente de la que yo conocí, sin árboles, sin jardines. Apenas recuerdos de un pasado.
                                                                                        

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