En
ciertos momentos en que siento nostalgia del pasado, mi pensamiento vuela hacia
los años de mi infancia vividos en el
barrio barcelonés de Sarriá.
Hasta la edad de seis años, sólo
recuerdo los sustos de la guerra, los bombardeos, la amenaza de muerte hecha a
mi hermano Cristóbal por ser seminarista. Tuvimos que huir para un barrio
distante del centro de Barcelona, para protegerlo de los comunistas que
dominaban la ciudad y que declaraban guerra cerrada a cualquier persona que
fuera religiosa.
Cuando terminó la guerra, el
escenario cambió por completo. Los ruidos de las bombas cesaron y nuestra vida familiar
empezó una nueva etapa más tranquila, aunque continuaron las privaciones y el
racionamiento de la comida, a la que teníamos acceso mediante vales especiales.
Diariamente yo pasaba por la calle
Pomaret, a veces en compañía de mi primo Leandro con quien iba a camino de la
escuela o con mi madre para hacer las compras en el mercado.
Esa calle ejercía en mí un atractivo
especial. Caminaba siempre por la acera de la izquierda donde quedaba el
colmado donde yo iba, muchas veces solo, para comprar garbanzos, leche, pan…
Como esa tienda quedaba casi al final de la
calle, yo me entretenía contemplando los jardines de las casas. ¿Quién viviría
en cada una de ellas? En una, escuchaba la melodía de un piano tocado por
alguien que estaba aprendiendo las escalas musicales; en otra, veía una
mecedora vacía e intentaba imaginarme a aquel viejito que se mecía suavemente
mientras leía el periódico del día; en otra de las casas, un jardinero, con unas enormes tijeras, iba
podando los arbustos que adornaban la entrada. Más adelante, me asustaba los
ladridos de un perro que no dejaba que nadie pasara enfrente de la casa de su
dueño. Pasado un tiempo, dicho animal ya me conocía y meneaba el rabo esperando
que yo lo acariciara.
Llegaba por fin al
colmado y don Antonio me preguntaba qué quería comprar.
No fueron raras las ocasiones en que
yo simplemente me olvidaba de lo que mi madre me había pedido para comprar,
después de tantas distracciones que yo había tenido en el camino…
Ahora todo ha cambiado. El colmado ha
desaparecido y las viejas casas han
cedido el lugar para torres requintadas.
En fin, es una calle diferente de la que yo conocí, sin árboles, sin
jardines. Apenas recuerdos de un pasado.
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