Nunca imaginé que fuera posible. Los
perros de Madrid no ladran, no se pelean
y tienen los mismos nombres que los humanos: Pablo, Carmen, Cristóbal y por ahí
va.
Parece que ya nacen adiestrados. Si
su dueño se para durante el paseo para charlar un poco con algún vecino, el
perro se quedará quieto, esperando sentado pacientemente, sin importarse con
sus otros “colegas”, que al igual que él, están también al lado de sus dueños.
Participan también de la vida social.
¿Hora de bañarse? ¡A la misma ducha del
resto de la familia! ¿Hora de dormir? Su camita ya está lista en un rincón de
la habitación o, a lo mejor, en la propia cama de Pepe, el hijo menor.
Lo único que no les está permitido es
entrar en las tiendas o supermercado. Sin embargo, no hay necesidad de dejarlo atado
en la entrada. Basta sólo decirle “quédate ahí esperando” que él se echará al suelo
y aprovechará para descansar un poco hasta que su dueño salga de la tienda y le
diga “vámonos”.
La comunicación con su dueño no se
limita apenas a decirle “busca”, “anda”, “vámonos”. Hay que explicarle el
porqué de la orden dada. Días pasados, estaba yo paseando por el parque y me
senté en un banco para descansar. A mi
lado estaba una señora que al rato se levantó y dijo a su perro: “Pablito,
vámonos a casa que ya es tarde y va a llover. Mañana te traeré de nuevo para
que juegues con tu amiguito”.
Y el perro menea alegremente el rabo
para significar que lo ha entendido todo.
La visita al veterinario merece un
capítulo aparte… Por algo será que hay un consultorio en cada esquina. “Doctor,
no sé qué le pasa a mi perrito, pues anda muy triste”. “Doctor, ¿qué le doy
para que no le caiga tanto pelo?” “Doctor, doctor, y si…”
Menos mal que, al salir del
consultorio, podrá pasarse por la tienda al lado donde venden de todo para
animales: ropa de invierno o verano, sombreritos de encaje, collares de perlas,
lacitos de seda, mantas coloridas, huesos y pelotas de juguete, cepillos de
dientes de color rosa o azul…
¡Qué vida tranquila y buena la de los
perros de Madrid!
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