Es ya media mañana y estoy todavía de pijama puesto. Siento cierto sentimiento de culpa.
Sin embargo, el estar así vestido me recuerda
que estoy jubilado. No tengo ningún compromiso a vista. Ya se pasaron los días
en que me levantaba de la cama corriendo porque tenía obligación de empezar mi
trabajo a las ocho en punto, acostarme temprano y llevar a mis hijos a la
escuela antes de que sonara la sirena del colegio. Y así iban desfilando todas las obligaciones
de un día común.
Entrevistas con hora marcada; comida
aprisa y corriendo, pues un cliente me esperaba dentro de una hora; reunión en
la escuela de mis hijos a las ocho de la noche en punto…
En fin, toda mi vida dependía de ese
maldito reloj que avanzaba sin piedad y que no me daba sosiego.
Lo curioso es que todavía suena el
despertador por la mañana, aunque no tenga prisa para levantarme. Creo que sea
una manera de “vengarme” de ese reloj que durante tantos años me obligaba a
entrar en un nuevo día en ritmo acelerado. Ahora suena el despertador – como
siempre – y yo me río en mis adentros,
doy media vuelta y continúo mi plácido sueño.
¿Será que no tengo derecho a
continuar el día vestido de pijama?
Necesito sentir que estoy libre, que no dependo de nadie ni de nada, que
puedo prolongar mis sueños, que leo un libro a la hora que me dé la gana,
que simplemente me asomo a la ventana
para contemplar lo que pasa ahí afuera…
Esa libertad no la he ganado en
balde. Han tenido que pasar muchos años de sudores, trabajos, sinsabores…
Realmente, no tengo por qué sentir
sentimiento de culpa. No me importa
ahora pasear por el jardín, a las diez de la mañana, vestido todavía de pijama.
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