Armado de papel y lápiz, voy apuntando
cualquier cosa que esté faltando en casa: café, galletas y queso para el
desayuno; arroz, pastas, contra-muslos y frutas para la comida; verduras, sopas
y sardinas para la cena.
“Date prisa y vete a hacer esas
compras” – me dice mi mujer. “Y nada de salirte de la lista que hemos hecho’”.
Salí de casa, convencido de que iría
a comportarme como un comprador serio y que
pasaría de largo de la sección de
“chucherías”.
En
la entrada del supermercado me asalta una duda: ¿cojo una cesta o un carro?
Después
de una cruel duda elijo el carro, por si
acaso me excedo un poco…
Y
empieza mi “peregrinación” por los pasillos del supermercado.
Frutas,
enlatados, bebidas...
-
Ah, tengo que comprar tres botellas de cava para celebrar el
Año Nuevo que será el mes que viene.
Poco a poco fue aumentando el volumen
de las compras.
En cada sección aparecía algo que yo
necesitaba en casa: una caja de cerveza, otra de leche, seis latas de atún,
otras tantas de sardinas, aceite de oliva…
Surge un problema: voy a necesitar
otro carro, para cargar tanta cosa.
-
¡Listo! Ahora sí ya puedo ir a pagar las compras, pero antes
voy a comprobar si me he olvidado de algo.
-
Pero, ¿dónde he metido el papelito en que anoté todo lo que
tenía que comprar?
Rebusco
en todos los bolsillos…y ¡nada!
Bueno,
no hay mal que por bien no venga… Así mi mujer no echará en falta nada.
-
Dame el arroz que has
comprado.
-
Se me ha olvidado. Y no sé dónde he metido la lista de
compras. Había demasiadas cosas anotadas.
Escondí como
pude las cosas extras que había comprado.
La próxima vez voy a intentar no excederme y
seguir a raja tabla la lista del papelito…
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