A meus parentes e amigos

A mis familiares y amigos
Se me ha ocurrido empezar un blog personal para ir publicando mis nuevas crónicas que vendrían a ser como una segunda edición de mi libro “80 Chispazos”.

Espero que os gusten, pues están todas “inspiradas” en experiencias de mi vida diaria. .

terça-feira, 31 de julho de 2012

La playa


La playa siempre ha ejercido sobre mí un atractivo especial. Cuando en la escuela se me ofrecía el poder escoger entre pasar las vacaciones en la montaña o en la playa, yo siempre escogía la segunda opción.
Recuerdo con mucho cariño la playa “dels Capellans” en Tarragona, España. Fue allí donde yo aprendí a nadar a los once años de edad. Sensación de libertad, de pleno dominio sobre el agua y de sorpresa ante la agresividad de las olas que me arrastraban ferozmente hacia la orilla.
El contacto con la arena fue otra de las sensaciones indelebles, al poder modelar con mis propias manos castillos de caprichosas torres o muñecos que se derretían al contacto con el agua que inundaba inesperadamente mis “construcciones”…
Poco a poco fui adquiriendo intimidad con ese medio y ya me aventuraba a zambullirme de cabeza desde una roca próxima a la orilla.
De regreso a casa, con el pelo todavía mojado, íbamos cantando alegremente caminando sobre los raíles del tren, del que “huíamos” cuando allá a lo lejos sonaba su pitido “uh, uh, uh”…
Pasaron los años; ahora estaba de nuevo en la playa,  con mis cuatro hijos, y mientras ellos repetían la construcción de otros castillos, parecidos con los míos de antaño, yo, tendido sobre la toalla bajo la sombra de una enorme sombrilla, comentaba con mi esposa la felicidad de poder ofrecer a nuestros hijos la posibilidad de juguetear con las olas que, con sus embestidas inesperadas, les hacían reír a carcajadas.
Siento nostalgia de esos momentos. Ya no escucho más las alegres sonrisas que acompañaban el vaivén de las olas. Ahora hemos cedido la vez a nuestros hijos que disfrutan de la misma felicidad que otrora yo sentí en la pequeña playa de mi infancia.
Esas vivencias calan profundamente en mi alma. Creo que vale la pena revivir recuerdos, antes de que desaparezcan como las olas que  mueren al llegar a la orilla.   

sábado, 21 de julho de 2012

De pijama


Es ya media mañana y  estoy todavía de pijama puesto.  Siento cierto sentimiento de culpa.
 Sin embargo, el estar así vestido me recuerda que estoy jubilado. No tengo ningún compromiso a vista. Ya se pasaron los días en que me levantaba de la cama corriendo porque tenía obligación de empezar mi trabajo a las ocho en punto, acostarme temprano y llevar a mis hijos a la escuela antes de que sonara la sirena del colegio.  Y así iban desfilando todas las obligaciones de un día común.
Entrevistas con hora marcada; comida aprisa y corriendo, pues un cliente me esperaba dentro de una hora; reunión en la escuela de mis hijos a las ocho de la noche en punto…
En fin, toda mi vida dependía de ese maldito reloj que avanzaba sin piedad y que no me daba sosiego.
Lo curioso es que todavía suena el despertador por la mañana, aunque no tenga prisa para levantarme. Creo que sea una manera de “vengarme” de ese reloj que durante tantos años me obligaba a entrar en un nuevo día en ritmo acelerado. Ahora suena el despertador – como siempre – y yo  me río en mis adentros, doy media vuelta y continúo mi plácido sueño. 
¿Será que no tengo derecho a continuar el día vestido de pijama?  Necesito sentir que estoy libre, que no dependo de nadie ni de nada, que puedo prolongar mis sueños, que leo un libro a la hora que me dé la gana, que  simplemente me asomo a la ventana para contemplar lo que pasa ahí afuera…
Esa libertad no la he ganado en balde. Han tenido que pasar muchos años de sudores, trabajos, sinsabores…
Realmente, no tengo por qué sentir sentimiento de culpa.  No me importa ahora pasear por el jardín, a las diez de la mañana, vestido todavía de pijama.