A meus parentes e amigos

A mis familiares y amigos
Se me ha ocurrido empezar un blog personal para ir publicando mis nuevas crónicas que vendrían a ser como una segunda edición de mi libro “80 Chispazos”.

Espero que os gusten, pues están todas “inspiradas” en experiencias de mi vida diaria. .

terça-feira, 12 de junho de 2012

Río Amazonas


Un río que  se pierde en un  horizonte sin fin.
Aguas terrosas que esconden temibles pirañas que devoran a sus víctimas en segundos.
Troncos enormes que van a la deriva, amenazando pequeñas y grandes embarcaciones.
Lindos parajes de frondosos árboles donde reposan elegantes guacamayos de plumas coloridas y otras aves de rara belleza.
Bellos atardeceres de un colorido único que se mezcla caprichosamente en una paleta de algún artista invisible.
¿Cuál es el hechizo que ejerce este gran río para que se lo contemple con respeto, pero también con un amor que raya con lo divino?
Ese algo misterioso  cautivó a mi hermano Cristóbal que lo subyugó durante cincuenta años. Vivió momentos felices navegando por sus tranquilas aguas, mientras juguetones  bufeos acompañaban su embarcación, pero también sufrió,  víctima de tremendas tempestades como la que sucedió en aquella noche del 30 de agosto de 1958.
Después de varias horas de navegación, se formó inesperadamente una tempestad que obligó a los tripulantes de la lancha a acelerar la  máquina  tratando de ganar la orilla del río para esperar que amainara el tiempo y poder continuar el viaje.
De pronto, la lancha se chocó contra un enorme tronco que iba flotando por el río y penetró en el cuarto de máquinas, partiendo el casco en dos pedazos.
Se siguieron unos diez minutos de la más tremenda confusión. Cristóbal sostenía con una mano a nuestra madre, que también viajaba en la lancha, y con la otra una linterna  que había encontrado en el momento del hundimiento. Los dos estaban ya casi pereciendo ahogados cuando uno de los marineros  vio la luz de la linterna que iba sumergiéndose y logró salvarlos.
Todos los náufragos tuvieron que pasar la noche en la fangosa orilla, aguantando la lluvia torrencial hasta que vino a auxiliarles un cañonero de la marina colombiana.
Así es el misterioso río Amazonas. Bello y atrayente con su exótica variedad de peces y plantas acuáticas, como la victoria regia, pero también  temible con sus amenazadoras aguas, capaces de  sepultar todo a su alrededor en el más profundo abismo.   

quarta-feira, 6 de junho de 2012

La calle de mi infancia


En ciertos momentos en que siento nostalgia del pasado, mi pensamiento vuela hacia los años de mi infancia vividos  en el barrio barcelonés de Sarriá.
Hasta la edad de seis años, sólo recuerdo los sustos de la guerra, los bombardeos, la amenaza de muerte hecha a mi hermano Cristóbal por ser seminarista. Tuvimos que huir para un barrio distante del centro de Barcelona, para protegerlo de los comunistas que dominaban la ciudad y que declaraban guerra cerrada a cualquier persona que fuera religiosa.
Cuando terminó la guerra, el escenario cambió por completo. Los ruidos de las bombas cesaron y nuestra vida familiar empezó una nueva etapa más tranquila, aunque continuaron las privaciones y el racionamiento de la comida, a la que teníamos acceso mediante vales especiales.
Diariamente yo pasaba por la calle Pomaret, a veces en compañía de mi primo Leandro con quien iba a camino de la escuela o con mi madre para hacer las compras en el mercado.
Esa calle ejercía en mí un atractivo especial. Caminaba siempre por la acera de la izquierda donde quedaba el colmado donde yo iba, muchas veces solo, para comprar garbanzos, leche, pan…
 Como esa tienda quedaba casi al final de la calle, yo me entretenía contemplando los jardines de las casas. ¿Quién viviría en cada una de ellas? En una, escuchaba la melodía de un piano tocado por alguien que estaba aprendiendo las escalas musicales; en otra, veía una mecedora vacía e intentaba imaginarme a aquel viejito que se mecía suavemente mientras leía el periódico del día; en otra de las casas, un  jardinero, con unas enormes tijeras, iba podando los arbustos que adornaban la entrada. Más adelante, me asustaba los ladridos de un perro que no dejaba que nadie pasara enfrente de la casa de su dueño. Pasado un tiempo, dicho animal ya me conocía y meneaba el rabo esperando que yo lo acariciara.
Llegaba por fin al colmado y don Antonio me preguntaba qué quería comprar.
No fueron raras las ocasiones en que yo simplemente me olvidaba de lo que mi madre me había pedido para comprar, después de tantas distracciones que yo había tenido en el camino…
Ahora todo ha cambiado. El colmado ha desaparecido y  las viejas casas han cedido el lugar para torres requintadas.  En fin, es una calle diferente de la que yo conocí, sin árboles, sin jardines. Apenas recuerdos de un pasado.
                                                                                        

sexta-feira, 1 de junho de 2012

El sillón de papá


La calefacción de mi casa se ha estropeado. ¿ Cómo voy a enfrentar el frío esta noche?
No hay más remedio que ir a comprar ni que sea un calentador. Para llegar a la sección de “electrodomésticos”  de la tienda  paso  por la exposición de muebles, cuando, de pronto, me llama la atención  un hermoso “sillón de papá”…
Llega el vendedor que, al verme tan interesado, empieza a darme explicaciones:
-           ¿”Ya ha probado usted lo cómodo que es acostarse en ese sillón?”
-          No, pero gracias. Estoy buscando un calentador.
-          Bueno, ya que está usted aquí, ¿por qué no intenta echarse un poco y comprobar lo confortable que  se está?
-          Vamos a ver… Realmente, vale la pena.
Me recuesto en el sillón, acciono la palanca y sale un “descansa-pies”. ¡Perfecto! El cúmulo de la comodidad…
-          Mientras usted descansa un poco en el sillón, voy a ver si encuentro el calentador que quiere usted.
-          No, no es necesario. Prefiero quedarme con este sillón. Lo del frío lo voy a solucionar con una buena manta.
Pocos días después, en un rincón de la sala, estaba el tal sillón que me invitaba a pasar largas horas acurrucado y bien envuelto en una manta para ahuyentar el frío.
El único inconveniente es que me quedo sin enterarme de lo que pasa en la televisión, porque no resisto a echarme un sueño…
Termina la transmisión de noticias, apago el televisor, y me voy a dormir “de verdad”, sin haberme enterado de nada por culpa de ese sillón que representó para mí la ante sala de un sueño profundo.
La calefacción puede continuar estropeada…