Todas las tardes me quedaba sentado en un banco de la plaza, contemplando los bellos atardeceres del río Amazonas.
Poco a poco el cielo iba pintándose caprichosamente con reflejos dorados de los últimos rayos de sol. Me daba la sensación que el día quería despedirse dejando en el horizonte bellas pinceladas de distintos colores que iban de un intenso amarillo, de un ardiente rojo vivo hasta un triste violeta o un puro azul celeste salpicado de tenues nubes blancas.
En el primitivo puerto del río, iban atracando frágiles canoas repletas de pescado y lanchas que vendían de todo un poco, desde arroz, frijoles, escopetas y cartuchos que ofrecían a cambio de bolas de caucho. Alguien canturreaba “no más pirarucú, eso dicen los colonos que han venido por acá…” mientras iba subiendo la ladera del puerto cargando un enorme pirarucú, que le proporcionaría suficiente alimento por varios días.
Por las mañanas, las escuelas daban inicio a sus actividades reuniendo a todos los niños alrededor de una bandera y cantando desafinadamente pero con mucho entusiasmo “!Oh, gloria inmarcesible, oh, júbilo inmortal”, mientras allá a lo lejos iba desfilando un pelotón de soldados al son de trompetas para izar la bandera que quedaría tremolando con orgullo como que anunciando que allí también existía una Patria llamada Colombia.
En el río aparecía la silueta de un veloz deslizador que iba dejando un rastro de olas espumosas, mientras se esquivaba de enormes troncos que flotaban en sus aguas.
Así era la vida en Leticia. Y digo “era”, pues ahora ya es diferente: coches circulando por calles asfaltadas, que otrora eran de puro barro; aviones que aterrizan casi diariamente, proporcionando viajes rápidos hasta la capital de Bogotá; modernos edificios comerciales que han substituido a almacenes de madera… En fin, una ciudad que ha cerrado sus puertas al avance de la selva y ha abierto sus horizontes para una modernidad que cautiva a todos.
Sin embargo, Leticia continuará siendo para mí un bello rincón que seguirá perteneciendo a la rica región amazónica, a la orilla de un majestuoso río lleno de misterios y belleza.