A meus parentes e amigos

A mis familiares y amigos
Se me ha ocurrido empezar un blog personal para ir publicando mis nuevas crónicas que vendrían a ser como una segunda edición de mi libro “80 Chispazos”.

Espero que os gusten, pues están todas “inspiradas” en experiencias de mi vida diaria. .

sexta-feira, 13 de abril de 2012

Nostalgia de una pequeña ciudad

                       
Todas las tardes me quedaba sentado en un banco de la plaza, contemplando los bellos atardeceres del río Amazonas.
 Poco a poco el cielo iba pintándose caprichosamente  con reflejos dorados de los últimos rayos de sol. Me daba la sensación que el día quería despedirse dejando en el horizonte bellas pinceladas  de distintos colores que iban de un intenso amarillo, de un ardiente rojo vivo hasta  un triste violeta o  un puro azul celeste salpicado de tenues nubes blancas.
En el primitivo puerto del río, iban atracando frágiles canoas repletas de pescado y lanchas que vendían  de todo un poco, desde arroz, frijoles, escopetas y cartuchos que ofrecían a cambio de bolas de caucho. Alguien canturreaba  “no más pirarucú, eso dicen los colonos que han venido por acá…” mientras iba subiendo la ladera del puerto cargando un enorme pirarucú, que le proporcionaría suficiente alimento por varios días.
Por las mañanas, las escuelas daban inicio a sus actividades  reuniendo a todos los niños alrededor de una bandera y cantando desafinadamente pero con mucho entusiasmo  “!Oh, gloria inmarcesible, oh, júbilo inmortal”, mientras allá a lo lejos iba desfilando un pelotón de soldados al son de trompetas para izar la bandera que quedaría tremolando con orgullo como que anunciando que allí también existía una Patria llamada Colombia.
En el río aparecía la silueta de un veloz deslizador que iba dejando un rastro de olas espumosas, mientras se esquivaba de enormes troncos  que flotaban en sus aguas.
Así era la vida en Leticia. Y digo “era”, pues  ahora ya es diferente: coches  circulando por calles asfaltadas, que otrora eran  de puro barro; aviones que aterrizan  casi diariamente, proporcionando viajes rápidos hasta la capital de Bogotá; modernos edificios comerciales que han substituido a almacenes de madera… En fin, una ciudad que ha cerrado sus puertas al avance de la selva y ha abierto sus horizontes  para una modernidad que cautiva a todos.
Sin embargo, Leticia continuará siendo para mí  un bello rincón  que seguirá perteneciendo a la rica región amazónica, a la orilla de un majestuoso río lleno de misterios y belleza.

sábado, 7 de abril de 2012

Desfile de disfraces

                                        
Mayo nos evoca siempre recuerdos de bodas y Primeras Comuniones:
 Iglesias abarrotadas de flores, por cuyo pasillo principal “desfila” la novia engalanada con el vestido del mejor costurero.
Niñas ataviadas de princesas y niños de almirantes o marineros. A todo esto, luces de flash que se encienden constantemente.
¿Se trata realmente de un acto religioso en el que los novios se prometen amor eterno y los niños renuevan su encuentro con Cristo?
Lo cierto es que estamos en un mundo cada vez más materializado, regido por normas, apenas sociales. “Nos casamos en la iglesia porque es más solemne y pomposo”. “Nuestro hijo hace la Primera Comunión porque es una tradición”. ¡Y se acabó!
Después, raros son los niños que van a continuar yendo a la iglesia y las parejas confesarán que la última vez que pisaron el templo fue cuando se casaron. ¡Un mundo de incongruencias!
Las costumbres sociales son tan rígidas que exigen un traje de almirante para el niño o
 un vestido de encajes y bordados para la niña cuyos padres nadan en la opulencia.  Lo mismo se pide para aquel otro, cuya madre tiene que ir limpiando casas y reunir el dinero suficiente para que su hijo pueda hacer su Primera Comunión  o que su hija pueda lucir su vestido en medio de los invitados que acuden a un banquete preparado con sudor de las horas extras trabajadas.
 ¿Por qué hay que aceptar estas costumbres dictadas por una sociedad despiadada y cruel?
Ante este sacrificado despilfarro que obliga a gastarse aun lo que no se tiene, me viene a la memoria otra fiesta de Primera Comunión. Niños y niñas acuden a la iglesia vestidos por igual con una túnica blanca que la familia ha alquilado por unas pocas monedas. Como banquete, todos están sentados en bancos de madera mientras se les sirve un suculento chocolate. Se relamen los labios nada importándoles que sus vestidos blancos se manchen.
¿Qué es preferible: un traje de marinero que se traduce en días y noches de trabajo, o  una túnica blanca manchada de chocolate, con la única preocupación de ofrecer un día de felicidad auténtica para el niño?